En estos días hemos visto cómo se produce una incesante llegada de personas migrantes que huyendo de sus países por diversos motivos recalan, por cercanía y por ser una de las puertas a Europa, en Canarias.
En lo que va de 2023, la llegada de migrantes irregulares ya supera las 22.000 personas, llegadas a todas las islas, y sigue creciendo a pasos agigantados.
Canarias siempre ha sido una tierra de acogida, generosa con las gentes que llegan de fuera, quizá por aquello de que en otros tiempos fuimos los canarios los que emigrábamos a otros lares en busca de un futuro mejor.
Pero un territorio fragmentado, frágil económicamente, y con un sector, el turismo, que aglutina más del 80% del producto interior bruto, no puede soportar la presión a la que está siendo sometido en estas últimas semanas.
Más de 10.000 personas han llegado a lo largo del último mes a las costas de las islas, a Gran Canaria, Tenerife, El Hierro y Fuerteventura principalmente. Y a pesar de lo que diga el gobierno de la nación, esta tierra no tiene capacidad humana, ni material ni de recursos e instalaciones para tamaña acogida.
Y esta tierra no quiere ser un campo de concentración, con sus fronteras hechas de agua de mar, no quiere convertirse en ese marco campamento de acogida. No por falta de solidaridad, que ha demostrado con creces que la tiene, sino porque es un territorio densamente poblado, con escasos recursos, con altos índices de paro juvenil y de paro en general, y con pocas oportunidades de inserción.
Es obvio que las soluciones tienen que venir del Estado y de Europa, pero no a esta tierra canaria, no con una política correctiva, sino con una política predictiva. Tienen que llegar a los países de origen donde se producen estas migraciones humanas, para contribuir a paliarlas. Pero en tanto esto se produce, mirar a otro lado solo contribuye a la radicalización de las posiciones de las personas que vivimos aquí.
Los recursos a cuentagotas, como un avión más en Canarias, para tareas de vigilancia, o algunos refuerzos puntuales no resuelven esta tragedia humana.
Si el todopoderoso Estado no es capaz de solucionarlo, aboca a Canarias a abrazar corrientes extremas, y eso si es nefasto para Canarias, una tierra moderada, casi diría neutra, empujando la ciudadanía a mirar esas doctrinas populistas/proteccionistas que cada vez tienen más aceptación en el mundo occidental europeo, y que abogan por soluciones drásticas, como prohibir la entrada de inmigrantes, expulsar a sus territorios a todos aquellos que han entrado de manera irregular y un largo etc.
Uno tras otro, los gobiernos de la nación han mirado de soslayo a esta situación. Las fuerzas de seguridad del Estado, especialmente la Guardia Civil, se deja el pellejo para intentar controlar la situación; Salvamento Marítimo, un día y otro también, entre atención y atención a embarcaciones sin rumbo y en mal estado, reclama más dotaciones humanas y materiales; la Policía Nacional, resuelve como puede la situaciones que se producen en las grandes ciudades y núcleos de población generadas por esta masificación y la falta de un plan para abordarla; y las policías locales, ponen su limitado personal y recursos a la atención de estas personas. Pero eso no basta, hace falta una estrategia nacional e incluso europea para abordar estas migraciones forzadas.
Y mientras, la gente de a pie, la ciudadanía, aunque aporta su granito de arena de solidaridad en el momento de la llegada de estas personas en busca de un futuro mejor, ven en el horizonte peligrar su futuro, y ese es el verdadero peligro.